lunes, 2 de noviembre de 2009

Pesadilla de Haloween en Alhaurin de la Torre.



La pasada noche, pese a mi natural reticencia a aceptar costumbres tan impuestas por la moda como la fiesta de Halloween sufrí un sueño angustioso, del que desperté sobresaltado y aterrado con esa sensación tan típica de las pesadillas de no poder distinguir por un momento qué parte de lo vivido fue real y cual soñada. No creo en absoluto en fenómenos paranormales ni cosas por el estilo, para ser más exacto, simplemente no creo. Pero aun hoy, 12 horas más tarde sigo con esa sensación de “Déjà vu”, que me hace dudar de si lo acontecido fue un sueño o de alguna manera fue real. Por si acaso, lo comparto de forma breve, tal vez con la esperanza de que alguno de los lectores pueda haberlo experimentado también, y quiera sacarme de la duda. En mi pesadilla, más oscura que de costumbre, (yo suelo soñar a todo color, es la verdad) me encontraba recorriendo una larga carretera flanqueada de enormes palmeras traídas de lejanos desiertos por poderosas fuerzas, bajo ellas los más ancianos del lugar recorrían una y otra vez el mismo camino, en apresurado paseo a medio camino entre el paso y el trote, mientras vehículos a motor pasaban a su lado sin cesar. Más adelante un hombre de rostro arrugado y piel curtida por el sol y los años, daba una especie de sermón a los viandantes que se acercaban. Oí que hablaba de extrañas profecías y apocalípticas plagas que, decía, iban a producirse en el lugar. Las profecías, decía, se cumplirían ante la impasividad de todos los ciudadanos, que absortos en sus tareas y problemas cotidianos no se percatarían de sus consecuencias hasta que no fuese demasiado tarde.
El anciano hablaba de extraños fenómenos y plagas que afectarían a la ciudad, empezando por bosques enteros que desaparecen de la noche a la mañana sustituidos por grandes urbanizaciones. De pozos y ríos que se secan y contaminan. De montañas enteras que serian eliminadas por la codicia y los intereses de unos pocos. De plagas de insectos que aniquilarían las especies de árboles y palmeras traídas del extranjero. De nubes de polvo que oscurecerían el cielo y pondrían en riesgo la salud y hasta la vida de nuestros hijos primogénitos. De pequeños reyezuelos locales sentados en tronos de piedra caliza que reparten limosnas mientras hacen propaganda de sí mismos y ocultan la realidad para beneficiar a sus verdaderos señores. De vampiros sedientos de prebendas y recalificaciones que, como vampiros que son, procuran no salir a la luz ocultándose detrás de sus marionetas políticas.
De pronto, el anciano me dirigió la mirada y señalándome con el dedo entre los demás espectadores, gritó:
- ¡Tú lo sabes, ya esta pasando, ¡
Y a mi alrededor, la gente empezó a toser y a respirar con dificultad, el cielo se oscureció y tras una explosión lejana, una nube de polvo inundó el lugar. A lo lejos las palmeras del paseo iban sucumbiendo a una nube de insectos de color rojo que devoraba desde dentro sus copas. Se empezaron a formar interminables colas a la puerta del palacio, donde los pobres entraban lentamente a pie por una puerta, y salían con carritos de la compra y un vale de 50 euros. Y los vampiros, entrajados y a bordo de sus lujosos vehículos entraban por otra puerta y salían más ricos, más poderosos o con algún pariente colocado, mientras que en el interior los muertos vivientes se aferraban a no abandonar su posición de privilegio, aunque todos sabían que tarde o temprano alguien iría a por ellos.
Al mirar de nuevo hacia el anciano, me encontré con mi propio rostro, unos años más viejo, temeroso y asustado.
En ese momento me desperté, de un salto como decía. Y aun ahora que escribo con la sensación de conocer esa realidad, de que no fue solo un sueño.
Lo que si me extrañó fue que, entre tanto acontecimiento, tanto vampiro y muerto viviente, no viese ni un solo fantasma. Deben estar todos aquí, en el mundo real, seguro. No paro de verlos en la tele local, en los periódicos digitales y en las apresuradas inauguraciones.

Juan Manuel Mancebo Fuertes
Noviembre de 2mil9
jmanceb@gmail.com

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